Opinión libre
Julio A. Muriente Pérez/Especial para Claridad
Han sido seis meses angustiosos, desde la victoria del PNP en las elecciones generales. Pero ya vamos saliendo del marasmo. Se multiplican los signos vitales entre diversos sectores de nuestro Pueblo. Se va esfumando la falsa impunidad que los anexionistas han creído tener desde noviembre pasado para disponer del País a su antojo. Vamos pasando de la consternación a la confianza recobrada.
El PNP ganó las pasadas elecciones en medio del desasosiego provocado por un gobierno ineficiente, una legislatura saboteadora de todo, una corte federal fabricadora de casos y manipuladora de procesos electorales y por el desgaste y el descrédito acentuado de los partidos políticos. La crisis económica estructural y el deterioro en la calidad de la vida de los puertorriqueños colmaron la copa. El PNP ganó porque la insatisfacción y la incertidumbre han sido tantas, que cualquier “cambio” parecía ser mejor que lo que había. Y apenas se contaba con opciones.
Los anexionistas ganaron por más de 200 mil votos; tomaron el control absoluto de Cámara y Senado y de la mayoría de las Alcaldías. El PPD recibió una paliza, y la humillación de que decenas de miles de sus electores se quedaran en sus casas o cruzaran línea partidista. El PIP colapsó; perdió su franquicia electoral una vez más, sufrió una dramática reducción en su ya menguado apoyo electoral y no pudo retener sus dos escaños legislativos. Mientras tanto, muchos se sumaron a la pasiva pero significativa abstención real, que llega al 40 por ciento de los ciudadanos con derecho al voto.
Ante este cuadro, los anexionistas sintieron que tenían la mesa servida, que podrían disponer de un bocado de todo cuanto se les antojara, que toda oposición había sido desarticulada. Y así parecía ser.
Aun antes de la juramentación del pasado dos de enero, Fortuño se había convoyado con banqueros, comerciantes y desarrollistas para imponer sus planes privatizadores y entreguistas. Luego, cada día, han intentado golpear por todos los flancos: la designación como Superintendente de la Policía de un dirigente del FBI que es delincuente confeso y la consecuente federalización de ese cuerpo; el acoso contra el Colegio de Abogados y la Universidad de Puerto Rico; la toma del Tribunal Supremo, las amenazas contra (AEELA), la manipulación de la Junta de Planificación y la Administración de Reglamentos y Permisos (ARPE); las llamadas alianzas público privadas, la ley 7 y el desmantelamiento de los sindicatos públicos; el inminente despido de decenas de miles de trabajadores, la virtual eliminación del presupuesto para instituciones culturales…
Todo ha sido calculado y dirigido a adelantar la entrega del País, el desmantelamiento de la institucionalidad vigente y a allanar el camino de su objetivo estratégico, que es la anexión. Anexionismo que viene acompañado de una visión ideológica de extrema derecha, fundamentalista e intolerante, es decir, neofascista. Y de una vergonzosa miseria humana que campea entre quienes dirigen ese proceso antinacional y antipatriótico.
Pero la impunidad no les ha durado mucho. Paradójicamente, el primer golpetazo que recibieron fue la exoneración de Aníbal Acevedo Vilá por un jurado en la corte federal, lo que delató a unos y otros en su complicidad y manipulación de leyes y tribunales.
Luego han venido los eventos de los días 29 de abril y 1 y 2 de mayo. Entonces, decenas de miles de compatriotas se lanzaron a la calle a reclamar, a denunciar, a afirmar y, sobre todo, a constatar que tanta energía contenida –que nunca ha estado ausente, para tranquilidad de todos– se va a desbordar y que no habrá cauce que la contenga.
Sindicatos, trabajadores, religiosos, ambientalistas, estudiantes, trabajadores de la cultura y la educación, unos y otros, por así decirlo, ya se han puesto las tenis. Si alguien creía que predominaba la indiferencia o la resignación, se equivocó.
No sólo a nivel nacional. En la Cumbre de las Américas, Puerto Rico estuvo presente, ¡y de qué manera! No pudieron acallarnos, gracias a la osadía de los nuestros y a la solidaridad generosa de hermanos como el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega.
¿Todavía alguien duda de la vitalidad y voluntad de lucha de este pueblo frente a la adversidad anexionista-fascista?
Pues ahí tienen a seis compatriotas burlando el cerco del Homeland Security y levantando su voz y su canción –que son las nuestras– en el mismísimo Congreso de Estados Unidos, ante la mirada espantada de congresistas y comisionados residentes.
¿Por dónde anda nuestra autoestima colectiva luego de que somos capaces de mostrar, una vez más, la capacidad y disposición de plantar la bandera de la autodeterminación e independencia donde sea, incluso en su congreso; que iremos movilizando y combatiendo según lo requiera cada momento?
Los anexionistas-fascistas están confiados en desmantelar el País en los tres años y ocho meses que le quedan de gobierno. Ese mismo tiempo tiene el Pueblo honesto y trabajador para impedirlo. Cero impunidad, ésa es la consigna.
Los anexionistas ganaron por más de 200 mil votos; tomaron el control absoluto de Cámara y Senado y de la mayoría de las Alcaldías. El PPD recibió una paliza, y la humillación de que decenas de miles de sus electores se quedaran en sus casas o cruzaran línea partidista. El PIP colapsó; perdió su franquicia electoral una vez más, sufrió una dramática reducción en su ya menguado apoyo electoral y no pudo retener sus dos escaños legislativos. Mientras tanto, muchos se sumaron a la pasiva pero significativa abstención real, que llega al 40 por ciento de los ciudadanos con derecho al voto.
Ante este cuadro, los anexionistas sintieron que tenían la mesa servida, que podrían disponer de un bocado de todo cuanto se les antojara, que toda oposición había sido desarticulada. Y así parecía ser.
Aun antes de la juramentación del pasado dos de enero, Fortuño se había convoyado con banqueros, comerciantes y desarrollistas para imponer sus planes privatizadores y entreguistas. Luego, cada día, han intentado golpear por todos los flancos: la designación como Superintendente de la Policía de un dirigente del FBI que es delincuente confeso y la consecuente federalización de ese cuerpo; el acoso contra el Colegio de Abogados y la Universidad de Puerto Rico; la toma del Tribunal Supremo, las amenazas contra (AEELA), la manipulación de la Junta de Planificación y la Administración de Reglamentos y Permisos (ARPE); las llamadas alianzas público privadas, la ley 7 y el desmantelamiento de los sindicatos públicos; el inminente despido de decenas de miles de trabajadores, la virtual eliminación del presupuesto para instituciones culturales…
Todo ha sido calculado y dirigido a adelantar la entrega del País, el desmantelamiento de la institucionalidad vigente y a allanar el camino de su objetivo estratégico, que es la anexión. Anexionismo que viene acompañado de una visión ideológica de extrema derecha, fundamentalista e intolerante, es decir, neofascista. Y de una vergonzosa miseria humana que campea entre quienes dirigen ese proceso antinacional y antipatriótico.
Pero la impunidad no les ha durado mucho. Paradójicamente, el primer golpetazo que recibieron fue la exoneración de Aníbal Acevedo Vilá por un jurado en la corte federal, lo que delató a unos y otros en su complicidad y manipulación de leyes y tribunales.
Luego han venido los eventos de los días 29 de abril y 1 y 2 de mayo. Entonces, decenas de miles de compatriotas se lanzaron a la calle a reclamar, a denunciar, a afirmar y, sobre todo, a constatar que tanta energía contenida –que nunca ha estado ausente, para tranquilidad de todos– se va a desbordar y que no habrá cauce que la contenga.
Sindicatos, trabajadores, religiosos, ambientalistas, estudiantes, trabajadores de la cultura y la educación, unos y otros, por así decirlo, ya se han puesto las tenis. Si alguien creía que predominaba la indiferencia o la resignación, se equivocó.
No sólo a nivel nacional. En la Cumbre de las Américas, Puerto Rico estuvo presente, ¡y de qué manera! No pudieron acallarnos, gracias a la osadía de los nuestros y a la solidaridad generosa de hermanos como el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega.
¿Todavía alguien duda de la vitalidad y voluntad de lucha de este pueblo frente a la adversidad anexionista-fascista?
Pues ahí tienen a seis compatriotas burlando el cerco del Homeland Security y levantando su voz y su canción –que son las nuestras– en el mismísimo Congreso de Estados Unidos, ante la mirada espantada de congresistas y comisionados residentes.
¿Por dónde anda nuestra autoestima colectiva luego de que somos capaces de mostrar, una vez más, la capacidad y disposición de plantar la bandera de la autodeterminación e independencia donde sea, incluso en su congreso; que iremos movilizando y combatiendo según lo requiera cada momento?
Los anexionistas-fascistas están confiados en desmantelar el País en los tres años y ocho meses que le quedan de gobierno. Ese mismo tiempo tiene el Pueblo honesto y trabajador para impedirlo. Cero impunidad, ésa es la consigna.
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