viernes, 8 de mayo de 2009

Contra la militarización de la educación superior

Título original: Against the Militarized Academy Autor: Henry A. Giroux Origen: Truthout Traducido por Maite Padilla y revisado por David Sevilla Mientras se discute sobre la forma que va a adoptar el complejo industrial-bélico bajo la presidencia de Obama, a menudo se deja fuera del análisis la cuestión sobre la instrumentalización militar de la educación superior. Un ejemplo de la simbiosis, cada vez más intensa y extensa, entre el complejo industrial-bélico y la enseñanza superior se hizo plenamente evidente cuando Robert Gates, secretario de Defensa, anunció la creación de lo que llamó el nuevo «Consorcio Minerva», irónicamente bautizado con el nombre de la diosa romana de la Sabiduría, y cuyo propósito es el financiamiento de varias universidades para que «lleven a cabo investigaciones sociológicas que sean relevantes para la seguridad nacional». [1] El hecho de que Gates aspire a convertir a las universidades en fábricas militares de conocimiento, investigación y personal en interés del Estado de la (In)Seguridad Nacional debería preocupar especialmente a intelectuales, artistas, profesores y todos aquellos que piensen que la universidad tendría que oponerse a tales intereses y afiliaciones. Cuando menos, la creación del Consorcio Minerva suscita aún más inquietudes sobre la militarización de la enseñanza superior que se está llevando a cabo en los Estados Unidos. En el mundo post 11-S, con su omnicomprensiva guerra al terrorismo y su cultura del miedo, la creciente propagación social del mensaje y de los valores militares están propiciando una transmutación, desde la promesa de una democracia liberal a la realidad de una sociedad militarizada. La militarización sugiere algo más que un ideal militarista simple, con su ensalzamiento de la guerra (la verdadera vara de medir de la salud de una nación) y el soldado-guerrero (la más noble expresión de la fusión de la masculinidad y el patriotismo incuestionable), sino que sugiere una intensificación y expansión de los valores subyacentes, modus operandi, ideologías, relaciones sociales y representaciones culturales asociadas con la cultura bélica. Lo que hay de novedoso en la marcialización sobredimensionada post 11-S es que se ha convertido en algo normal, ha servido como una fuerza educacional poderosa que moldea nuestras vidas, recuerdos y experiencias diarias. En tanto en cuanto fuerza educativa, el poder militar genera identidades, bienes, instituciones, saber, modos de comunicación y compromisos afectivos, en suma, recae sobre todos los aspectos de la vida y el orden sociales. Como señala Michael Geyer, lo que es distintivo de la militarización del orden social es que la sociedad civil no solamente «se organiza a sí misma para producir violencia»[2], sino que incita a una erosión cada vez más gradual de la libertades civiles. El poder y las políticas militares se expanden para abordar no solamente asuntos relacionados con la defensa y la seguridad, sino también problemas asociados con la salud y la vida social de toda la nación, que ahora se miden en función del gasto militar, la disciplina y la lealtad, así como los modos jerárquicos de autoridad. Mientras el ciudadano asume los papeles de informador, soldado y consumidor, dispuesto a enlistarse o ser reclutado por el espectro totalizador de la guerra al terrorismo, vemos cómo la misma idea de la universidad -emplazamiento para el pensamiento crítico, el servicio público y la investigación socialmente responsable- está siendo usurpada por el patrioterismo exaltado y el fundamentalismo de mercado que consagran al espíritu emprendedor y la agresión militar como modos de dominar y controlar a la sociedad. Lo anterior no debería sorprendernos, puesto que, como indica William G. Martin, profesor de sociología de la Universidad de Binghamton, «las universidades, facultades e institutos han sido precisamente los objetivos porque tienen el cometido tanto de socializar a la juventud como de divulgar el conocimiento sobre las gentes y los pueblos más allá de las fronteras anglo-estadounidenses»[3]. Pero antes de que caigamos en la autocomplacencia por obra de la insidiosa expansión del poder militar y corporativo, necesitamos prepararnos para reclamar como propias las instituciones tales como la universidad, que ha servido históricamente como esfera democrática vital para proteger y servir a los intereses de justicia social e igualdad. Lo que quiero sugerir es que tal lucha no es sólo política, sino también pedagógica por naturaleza. Más de 17 millones de estudiantes recorren los pasillos sacrosantos de las universidades y es crucial que sean educados de una manera que les permita reconocer los síntomas del avance furtivo de la militarización y sus efectos en la sociedad estadounidense, particularmente en la medida en que estos efectos suponen una amenaza «para el gobierno democrático, en casa, así como también para la independencia y la soberanía de otros países.» [4] Mas los estudiantes también tienen que saber ver cómo estas fuerzas antidemocráticas intentan desarticular a la universidad misma como lugar para aprender a pensar críticamente y participar en el debate público y el compromiso cívico. [5] En parte, ello implica proporcionar las herramientas con las que luchar por la desmilitarización del conocimiento en los campus universitarios, con las que resistir a la complicidad, mediante la producción de conocimientos, información y tecnologías en los mismos aulas y laboratorios de investigación que participan en la violencia y en la consecución de objetivos militares. Aún así, hay mucho más en juego que alertar a los estudiantes de los peligros de la militarización y de la manera en que se está nada menos que redefiniendo la misión de la enseñanza superior. Chalmers Johnson, en su continua crítica a la amenaza que la política imperialista representa para la democracia en casa y en el extranjero, arguye que si no queremos que los Estados Unidos degeneren en una dictadura militar (pese a la elección de Obama), los movimientos de bases tendrán que ocupar el centro del escenario para mostrar su oposición a la militarización, el gobierno del secretismo y el poder imperial, mientras reivindican los principios básicos de la democracia. [6] Semejante tarea seguramente parezca de enormes proporciones, pero hay una necesidad crucial de que el profesorado, los estudiantes, el personal administrativo y los ciudadanos formen alianzas para la creación de organizaciones y movimientos sociales con los que resistir, con miras a largo plazo, los cada vez mayores lazos entre la educación superior, por un lado, y las fuerzas armadas, las agencias de inteligencia y la industria bélica por el otro; lazos que juegan un papel crucial en la reproducción del conocimiento militarizado del que estamos hablando. La oposición a la militarización como parte de una estrategia pedagógica más amplia, dentro y fuera de las aulas, también suscita la cuestión sobre cuántos tipos de competencias, habilidades y saberes puedan ser cruciales para la realización de semejante tarea. Una posibilidad es el desarrollo de teorías educacionales críticas y prácticas que definan el espacio destinado a la enseñanza no solamente a través de la utilización crítica del conocimiento sino también a través de la producción de fines pacíficos y socialmente justos. En la lucha contra la militarización y los «intelectuales armados», los educadores necesitan un lenguaje crítico, pero también necesitan un lenguaje que abarque un sentido de la esperanza y de la lucha colectiva. Esto significa la elaboración del significado de la política a través del esfuerzo concertado para expandir el espacio destinado a la política, reclamando «el carácter público de los espacios, las relaciones y las instituciones que se consideran privadas». [7] Vivimos en un tiempo en que los asuntos de vida y muerte son centrales para la gobernanza política. Mientras que se registra un cambio de poder hacia la producción en masa de muerte, desposesión y exclusión, un nuevo entendimiento del significado y el propósito de la educación superior debe también apuntar hacia las nociones de agencia, poder y responsabilidad que operan en el servicio a la vida, las luchas democráticas y la expansión de los derechos humanos. Por último, si la educación superior aspira a enfrentarse a las patologías producidas por la militarización a todos los niveles, no se podrá limitar a replantear el papel de la universidad como esfera democrática pública. También tendrá que reconsiderar el ámbito global en el que los intelectuales, los educadores, los estudiantes, los artistas, los representantes sindicales y otros actores y movimientos sociales pueden formar alianzas transnacionales con las que resistirse a la ideología de vida y muerte de la militarización y sus efectos en el mundo, entre los que se incluyen la violencia, la polución, la pobreza masiva, el racismo, el comercio de armamento, el aumento de los ejércitos privatizados, los conflictos civiles, la esclavitud infantil y las actuales guerras en Irak y Afganistán. Ahora que el régimen del presidente Bush llega a su fin, es el momento de que los educadores y los estudiantes se organicen y movilicen a nivel mundial en un esfuerzo por suplantar la cultura de la guerra con la cultura de la paz, cuyos principios elementales deben anclarse en las relaciones económicas, políticas, culturales y sociales democráticas y en el deseo de preservar la vida humana. Notas Brainard, Jeffrey, «U.S. Defense Secretary Asks Universities for New Cooperation» en The Chronicle of Higher Education, en línea en http://chronicle.com/news/article/4316/us-defense-secretary-asks-universities-for-new-cooper ation [regresar] Geyer, Michael, «The Militarization of Europe, 1914-1945» en The Militarization of the Western World, ed. John Gillis (Rutgers University Press, 1989), pág. 79. [regresar] Martin, William G., «Manufacturing the Homeland Security Campus and Cadre », ACAS Bulletin 70 (primavera 2005), pág. 1. [regresar] Johnson, Chalmers, The Sorrows of Empire: Militarism, Secrecy, and the End of the Republic (Nueva York, Metropolitan Books, 2004), pág. 291. [regresar] Véase Nelson, Cary, «The National Security State» en Cultural Studies 4:3 (2004), págs. 357-361. [regresar] Johnson, Chalmers, «Empire v. Democracy», TomDispatch.com (31 de enero de 2007), disponible en línea en http://www.commondreams.org/cgi-bin/print.cgi?file=/views07/0131-27.htm [regresar] Rancière, Jacques, «Democracy, Republic, Representation», Constellations 13:3 (2006), pág. 299. [regresar] Henry A. Giroux ostenta, en la actualidad, la cátedra Global TV Network en el departamento de Inglés y de Estudios Culturales de la Universidad de McMaster. Sus libros más recientes son La universidad encadenada. Frente al complejo industrial bélico universitario (2007) y Contra el terror neoliberal (2008). Sus principales áreas de investigación son los estudios culturales, la teoría social y las políticas educativas en el marco de la enseñanza superior y la enseñanza pública.

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